martes, 6 de diciembre de 2022

DIEGO Y SU HALLACA DE CARAOTA



Conocí a Maristela en un momento crítico. Ambas trabajábamos para la misma aplicación,  haciendo mercados a terceros y entregando en sus casas durante la pandemia mundial.

Ese día ocurrió algo que colapsó el sistema de pago. Después de hacer 2 mercados grandes, no podía pagar. Parece que no era la única. Varias personas cerca de las cajas registradoras trataban de ver qué hacer.

Maristela salía con su mercado pago para entregar y me dijo: ¿no te sirve la tarjeta? La empresa nos daba una tarjeta para poder pagar los mercados de los clientes. Ella me recomendó que lo hiciera digitalmente, que así ella había logrado pagar y se fué. 

Dos días más tarde nos volvimos a encontrar y al vernos me preguntó si había podido resolver. Hablamos un rato y al coincidir en ser venezolanas en el exilio y hablar como viejas amigas, le pedí que cambiaramos números telefónicos porque no conocía a nadie que estuviera haciendo lo mismo en mi zona. Ella estuvo de acuerdo y allí empezó todo.

Cada cierto tiempo nos saludábamos por teléfono para saber cómo estaba la otra y que tal estaba ese día. ¿Has tenido suficientes órdenes? ¿Sabes que hay algo nuevo que sugiere la plataforma? Y así, poco a poco nos fuimos conociendo más. 

A mediados de diciembre mi esposo y yo fuimos a un mercado hispano para comprar algunas cosas que nos faltaban para hacer las hallacas: hilo para amarrar, hojas de plátano para envolver y alguna otra cosita. Al llegar a la caja registradora un chico de unos 18 años aproximadamente nos saludó amablemente y nos dijo: 
-ahhhh van a hacer hallacas ¿verdad?  
-Siiiiii, le contestó mi esposo. 
- En mi casa ya las hicimos. Preparamos normales, de cochino y de caraotas. 
Mi esposo y yo dijimos al unísono: - ¿DE CARAOTA?  muy sorprendidos. 

Siendo venezolanos, con una costumbre de realizar hallacas cada navidad y de intercambiar algunas con los amigos con la infaltable frase de "para que pruebes las mías", nunca habíamos escuchado sobre las hallacas de caraota. Continuamos una breve charla con el chico que amablemente nos atendió y ya para irnos le pregunté: - ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Diego.
- Gracias Diego, por ser tan amable y por contarnos sobre la hallaca de caraota, le respondí. 
- Son deliciosas, de hecho mis favoritas, dijo con una sonrisa. 
Nos despedimos y salimos comentando lo mucho que extrañábamos nuestra cultura, lo amigable que es el venezolano común y lo de las hallacas de caraota.
- ¿Cómo serán esas hallacas de caraota? dijo mi esposo.
- No sé, contesté. Él dijo que les ponían cochino (cerdo o puerco en otras culturas).
- Bueno, ni modo. Aquí en Estados Unidos será difícil saber a qué saben. A no ser que Diego nos regale una!
Y nos fuimos riendo, hablando de los venezolanos y sus cosas.

Días más tarde me llama Maristela.
- hola ami, ¿cómo estás? ¿Qué estas haciendo? Quería pasar por tu casa a dejarte unas hallaquitas, que preparamos en casa, para que las pruebes (típico de los amigos venezolanos). 
- ¿por qué no me mandas tu ubicación con la dirección y yo paso por donde estés a buscarlas? Yo estoy saliendo a trabajar, así aprovecho y te llevo de las mías. 

Me dijo que estaba en su casa y que me bajara un rato a tomarme un café. Quedamos de acuerdo y me fui a la dirección que me pasó. Llegué y toqué la puerta. Abrió Maristela.

- Hola amiga! Pasa. Nos dimos un beso de saludo y al mirar más adelante vi a un chico sentado desayunando.
- ¿Queeeeé? ¿tu eres Diego?
- ¿Se conocen? Preguntó mi amiga. 
- Estuvimos el fin de semana en el mercado comprando unas cosas que nos faltaban para las hallacas y Diego nos habló de las hallacas de caraota!  No me digas que me vas a dar hallacas de caraota! Ja ja ja ja ja

Todos comenzamos a reírnos y no podíamos creer lo chiquitico que es el mundo, las casualidades o causalidades que nos unen y los caminos inexplicables del destino.  En medio del asombro y las risas intercambiamos las hallacas. Entonces le dije a Diego:
- esto realmente es increíble. Tres días después de hablarnos de las hallacas de caraota y nosotros pensar que nunca las probaríamos están en mis manos (Maristela me dió de todos los sabores que preparó, pero la estrella aquí era, la hallaca de caraota!).

- Vamos a hacer algo. Déjame tomarte una foto Diego, con una hallaca en la mano y se la mando a Victor, mi esposo.

Maristela dijo no! Mejor grábale un video! 

Y con la facilidad que da la nueva tecnología, tomé mi teléfono y comencé a grabar a Diego, video que inmediatamente envié al celular de mi esposo.

- Hola Victor, soy Diego y aquí te mando tu hallaca de caraota!

A veces la vida nos une de manera inexplicable.



domingo, 4 de diciembre de 2022

OJALÁ PUDIERA DECÍRSELO A MI ESPOSA


Un día de trabajo normal para mi implica ver a mucha gente. Algunos conocidos, otros por conocer. No siempre tenemos tiempo de detenernos a observar a los demás. A mi me gusta observar, eso me da mucha información sobre la raza humana. Algunos hacemos unas cosas y otros hacemos otras.
Hace unas semanas me pasó algo bonito, gracioso y agradable. Tenía que comprar algo en el departamento de alimentos del mar de un supermercado y no había nadie. Comencé a mirar por aquí y por allá, nada. Era muy temprano en la mañana y nada estaba puesto en su lugar. Pensé y decidí preguntar a un señor que estaba en el departamento de carnicería contiguo al de pescadería.

-Disculpe señor, buenos días.
-Buenos días señora. ¿Puedo ayudarle?
-En realidad estoy buscando a alguien que pueda atenderme en pescadería, pero parece que es muy temprano.
-No se preocupe, yo puedo atenderla.

Sonreí y le dí las gracias.

Miraba al carnicero, tenía el cabello gris, tambien barba y bigote del mismo color. Tal vez en sus 60. Era agradable. De pronto al observarlo comencé a sonreir. Él estaba muy enfocado en lo que hacía, como cuando lo encontré que cortaba un trozo de carne. Trataba de ver cómo hacer para poder ponerle precio a lo que me estaba despachando. No parecía estar familiarizado con esa máquina y los códigos. El seguía y seguía intentando; de pronto movía su cabeza como diciendo que esa no era la forma. Y al fin lo conseguió. Eso era lo que pasaba de su lado, pero del mío pasaba algo totalmente distinto.

Yo miraba a aquel caballero y admiraba su amabilidad, su tenacidad de no dejarse ganar por la máquina y atender bien a un cliente. De pronto, comencé a sentir su energía, fué algo extraño, pero así sucedió. De ese hombre emanaba una gran bondad. Yo sólo lo observaba y sentía esa agradable energía, mientras sonreía mirándolo.

-Aquí tiene señora, ¿algo más?
-No, en realidad ha sido usted muy amable. Gracias por atenderme. Le dije.

El sonrió.

-¿Puedo decirle algo? Pregunté.

Entonces colocó sus manos sobre el mostrador y apoyo su barba en ellas como un niño pequeño que presta mucha atención asintiendo.

-Debo decirle que usted es un buen hombre, de su ser emana mucha bondad. Disfruté mucho mirándolo mientras me atendía, porque sentí esa energía que salía de usted.

El abrió sus ojos como sorprendido de lo que le decía, caminó hacia atrás y casi se cae, porque se tropezó con algo. Me dijo entre risas...

-Ojalá mi esposa pudiera escucharla, ella no piensa igual!. Y se rió.
Yo también me reí y le dije: -Ninguna de nosotras lo hace!  Mientras nos despedíamos riéndonos ambos. 

Me pregunto si le habrá contado. 

UN NIÑO LLAMADO HUNTER


La vida me puso en el camino el trabajar de nuevo en un centro comercial. Luego de haber pasado 20 años de haber vivido esa experiencia, me tocó otra vez. De nuevo estaban allí el personal de seguridad, los clientes, el jefe, los compañeros de las tiendas y los kioskos contíguos y los caminantes. Estos últimos son personas que sólo van al centro comercial a hacer ejercicio o a distraerse un rato. Entre ellos hay personas jóvenes, y gente mayor, mucha gente mayor.

Entre los caminantes destacaba una señora que siempre pasaba caminando con un coche. Su nombre Eva. No hablaba con casi nadie, estaba enfocada en hacer sus vueltas para terminar su ejercicio y luego regresar a casa. El niño del coche se llama Hunter. Me pareció tan bonito cuando lo vi. Un niño como cualquier otro a su edad, 2 años y algo. Blanco, rubio, alegre, bien portado (estaba mucho tiempo con su abuela) y con varios lunares chiquititos en su mejilla derecha. Me recordaba a mi sobrino Alejandro que ya está por cumplir los 30. Cuando lo veía me dió por saludarlo y él saludaba de vuelta.

El tiempo fue pasando y Hunter iba casi todos los días acompañando a su abuela, pero como cosa inevitable, comenzó a crecer y ya no iba en coche, sino caminando. Ya había cumplido los 3 años y hablaba un poco más. Ya no sólo me saludaba, sino que su abuela se acercaba para que me saludara y pronto Hunter comenzó a darme los más dulces abrazos para decirme hola y nosotras comentábamos una que otra cosa.

Un día le dije: -Hunter! tu abuela me dijo que habías cumplido años y estaba esperando que vinieras para darte algo. Le traje un carrito de compras de supermercado miniatura para jugar y le dí unos chocolates. Él estaba feliz, no podía creer que habían regalos extras para él (fuera de su familia). Y así, de vez en cuando, le llevaba chocolates o chupetas o algo que lo hiciera saltar de la alegría. Él me agradecía y se iba contento.

En otra oportunidad cuando se acercó a saludarme le dije que tenía algo de sencillo y que deseaba dárselo para que fuera a buscar caramelos. Cerró su manita para que no se le cayera ninguna moneda y se fué saltando a buscar las máquinas para buscar su recompensa. Su alegría era la mía y pensaba cómo unas pocas monedas podían hacer tan feliz a alguien.

Como trabajaba en la mitad del centro comercial, en un pequeño kiosko, era fácil ver quien pasaba y hablar con muchas personas (aunque mi jefe me recordara que no me pagaba para hablar con la gente sino para vender).  Cuando estaba vendiendo Eva le decía a Hunter que yo estaba ocupada y que me saludaría después, pero ya era nuestro ritual: abrazo, saludo y una pequeña charla. Él no quedaba muy contento con no poder acercarse. Recuerdo a mi compañera del siguiente kiosko decirle una vez a Eva que esperara un poco y dejara que el niño me saludara. Ya él había pasado y ya se iba. No nos habíamos saludado y como ya su abuela se iba, lo cargó para llevárselo porque lloraba desconsoladamente. Volteé y lo ví. -Hunter! y abrí los brazos. Él corrió hacia mí llorando y me abrazó tan fuerte mientras se fue calmando poco a poco. Lo cargué y le dije que todo estaba bien, poco a poco dejó de llorar. Cuando se calmó, se lo dí a su abuela y le dije que nos veríamos mañana.

Meses después Eva me dijo que estaba destrozada. Que Hunter comenzaría el colegio y que ya no estaría con ella todo el tiempo, sus padres querían que comenzara la escuela por su edad, ya entrando a los 4 años y además pronto nacería su hermanita Haley. Y así fué. No vi más a Hunter. Pasó el tiempo, la pandemia y tomé otro trabajo y aunque a veces veía a Eva y a Haley, no vi más al niño que había robado mi corazón. Hay muchas más historias con Hunter, pero la mejor está por venir.

Mi hija mayor creció y comenzó a ayudar algunos días a quien era mi jefe. Un día me pidió que me quedara con ella mientras abrían los kioskos y nos quedamos en el área de la comida esperando que pasara el tiempo y.... de pronto vi a Eva, su esposo y un niño que llevaba un coche. Era Hunter! llevaba a su hermanita. Desde lejos saludé a Eva y ella paró. Habló con el niño y el asintió. Comenzaron a acercarse y un Hunter de casi 7 años me saludó. Le dije: ¿Te acuerdas de mí? y movió su cabeza diciendo que sí. Entonces le abrí mis brazos y el niño me abrazó tan duro y con tanta ternura como cuando uno encuentra a un amigo querido que pensó que no vería más. Su cabeza descansó en mi hombro como tiempo atrás. Ese día fué muy feliz para mí, no sé si para él. Recordar sus historias de que quería ser médico cuando fuera grande y yo diciéndole que sería su primera paciente, sus manitas pequeñas con caramelos y todos esos pequeños episodios volvieron a mi mente. 

A veces de lo cotidiano pueden salir historias muy hermosas y lazos increíbles con gente que sólo pasa a nuestro lado.


lunes, 17 de enero de 2022

CARTA A MI MADRE



Esa señora tan bonita, que me tiene en brazos, es mi mamá.  
Tuve el honor de ser su primogénita y así venir a este mundo para aprender muchas cosas y también para cumplir su sueño de madre. Mi mamá siempre fue mamá. Buscaba lo mejor para nosotras (para mí y para mis hermanas), y trataba de complacernos siempre. 

Recuerdo que para nuestro cumpleaños nos preguntaba: ¿qué quieres comer? Y se ponía con cariño a hacer un pasticho o cualquier cosa que le pidiéramos. Asi mismo en Navidad y Fin de Año, pero como buena cocinera que es, siempre veía cómo prepararnos algo rico. Por ahí están las fotos que muestran como mi mamá sin ser chef, hacía hermosas tortas de cumpleaños. 

Siempre trataba de que estuviéramos limpias y arregladas, por lo menos eso nos lo enseñó y no sólo eso, ha sido ejemplo de ello desde que recuerdo. Al salir el sol, ya veía a mi mamá maquillada, peinada y vestida, aunque no saliera de la casa. También recuerdo aquellos tacones de punta hechos de gamuza, eran un sueño para cualquier mujer. Ella los compraba, los usaba y también los guardaba xq los cuidaba mucho.

Mi mamá a lo largo de los años siempre estuvo pendiente de nosotros y trató de ayudar a quien pudo, desde donde pudo. Para ella siempre su comunicación con Dios requería o requiere, porque aún lo hace, parte de su tiempo. Ese momento siempre fue bueno para recibir guía "de arriba" como le dice o para pedir ayuda para otros. 

Mi mamá es mi mamá y como todos tiene cosas buenas y otras no tan buenas, pero es la madre que escogí desde otros lugares para que a través de su vientre abriera el portal que me trajo al mundo. Gracias mamá por tus genes, por tu vida dedicada a amarnos, por tus cuidados y buenos ejemplos y por haber hecho de mí lo que soy el día de hoy. Te quiero, te quiero profundamente. Hoy y siempre; y te prometo que nos volveremos a encontrar😘❤